Con el paso del tiempo los productos son clasificados de nuevas maneras, recogiendo gran variedad de nombres y distintivos para según qué alimentos. ¿Pero qué significa que un producto sea sostenible? En CREDA llevamos a cabo proyectos y estudios que tratan el tema de la sostenibilidad alimentaria, no solo para definirlos, sino también para fomentar su producción y consumo.
Kenza Goumeida, estudiante del doctorado en Sostenibilidad y experta del centro en esta temática, destaca que “para que un alimento o producto sea sostenible, ha de equilibrar los tres pilares de la sostenibilidad, al mismo tiempo que contribuye a un futuro mejor tanto para las personas, como para el planeta”. Sin embargo, en términos prácticos, “algunos productos o prácticas pueden centrarse más en uno o dos pilares, mientras que mejoran el tercero”. En estos casos, los productos se pueden considerar ‘parcialmente sostenibles’ o ‘en el camino hacia la sostenibilidad’, pero nunca ‘totalmente sostenibles’. En resumen, un producto sostenible debe:
- Minimizar el impacto ambiental: por medio de un diseño y producción que tenga en cuenta la huella ecológica, el consumo de energía y la generación de residuos y emisiones.
- Fomentar la Responsabilidad Social: priorizando el bienestar de las comunidades implicadas en su producción y distribución.
- Impulsar el valor económico: sin la explotación de recursos o personas.
El bucle entre oferta y demanda
La elaboración, promoción y comercialización de productos sostenibles comporta beneficios para todo el mundo. Goumeida explica que “si los consumidores y consumidoras demandan alimentos sostenibles, las preferencias del mercado cambian, animando a la producción a innovar y adoptar estas prácticas sostenibles”. Este bucle de retroalimentación, “amplifica los beneficios e impulsa tanto el crecimiento económico, como la gestión ambiental”, remarca.
Delante de la pregunta qué pueden mejorar los productos sostenibles en ambas circunstancias, la estudiante de doctorado enumera diversos beneficios:
BENEFICIOS PARA EL CONSUMO
- Mejora la salud y bienestar de las personas, “ya que incluyen pocos pesticidas y aditivos artificiales”.
- Promueve una satisfacción ética, “reduciendo el impacto ambiental y dando soporte a prácticas laborables justas”.
- “Aún tener un coste inicial más elevado, aporta un mayor volumen económico a lo largo de su vida útil, gracias a la eficiencia, la durabilidad y la reducción de costes a largo plazo”.
- “Incorporan diseños innovadores y materiales de alta calidad”.
BENEFICIOS PARA LA PRODUCCIÓN
- Promueve la reputación de marca mejorada, “fortaleciendo la imagen y generando confianza”.
- Abre puertas a nuevos mercados y “oportunidades de precios premium”.
- Facilita el cumplimiento normativo y “la gestión de riesgos y sanciones”.
- Fomenta la eficiencia operativa, “minimizando los residuos y adoptando modelos de economía circular”.
- “Atraen y entretienen personal motivado por valores compartidos”.
A mayores ingresos, mayor aceptación
Aunque la lista de beneficios que enumera Goumeida es extensa, “la aceptación no es universal”, destaca, sino que está influida por diversos factores, “como la consciencia, el valor percibido o las diferencias culturales y contextuales”. Así, las generaciones más jóvenes, las poblaciones urbanas y las regiones con ingresos altos, “tienden a mostrar más probabilidades de aceptación”.
Y es que una cosa es cierta, los productos sostenibles suelen tener precios más elevados. Esta diferencia de precios se ve justificada por factores como: los elevados costes de producción, la necesidad de obtención de certificaciones, la producción a menor escala, la complejidad de la cadena de suministro, la menor demanda, etc.
Sin embargo, los consumidores y consumidoras parecen ser conscientes de los beneficios globales de los productos sostenibles, ya que “muchos estudios muestran una alta disposición a pagar (DAP) una prima por este tipo de alimentos”, afirma la estudiante de doctorado. La cultura y la región también separan las preferencias de consumo, “Europa y América del Norte son zonas con unos ingresos disponibles más altos y tienen una DAP más elevada”. En cambio, en los países en desarrollo priman aspectos como la asequibilidad y las necesidades básicas, “dejando la sostenibilidad en segundo plano”, señala Goumeida.
No obstante, esta voluntad no refleja el comportamiento real de compra, ya que la sensibilidad a los precios, las limitaciones financieras y la falta de confianza en las reclamaciones ecológicas acentúan la existencia de una brecha entre el valor y la acción.
La proximidad en Cataluña
En el caso de Cataluña, la población es cada vez más consciente de la importancia de la sostenibilidad en las decisiones de consumo. Según la estudiante de doctorado, existe un interés creciente por los productos sostenibles y de proximidad, “especialmente entre la población más joven, urbana y con una educación superior”, que cada vez está más preocupada por los problemas medioambientales, como el cambio climático y la contaminación por plásticos, y reivindica su identidad regional por medio del consumo de alimentos locales.
Estatalmente, en España se han puesto en marcha iniciativas para promover la sostenibilidad, como el etiquetado ecológico o los incentivos a la agricultura ecológica. Además, regiones como Cataluña “dan soporte a las prácticas de economía circular y promueven las cadenas cortas de suministro de alimentos”, asegura Goumeida.
¿Cómo contribuye la dieta mediterránea?
Los productos sostenibles no son la única opción para un futuro mejor, los patrones dietéticos saludables también contribuyen. Según la estudiante de doctorado, estos patrones consisten en “hábitos alimentarios que mediante la combinación de ciertos alimentos promueven la salud general, reducen el riesgo de enfermedades crónicas y dan soporte al crecimiento y desarrollo óptimos”.
Un ejemplo ampliamente reconocido como un estándar de oro para un patrón dietético saludable es la dieta mediterránea, inspirada en los hábitos alimentarios tradicionales de países como Grecia, Italia, España, Argelia, Túnez, etc.
“Esta dieta destaca por incluir un alto consumo de verduras, frutas y legumbres, el uso del aceite de oliva como principal grasa y un consumo limitado de carne roja y lácteos”, explica Goumedia, que remarca que este patrón puede reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y diabetes.
Iniciativas sostenibles y saludables
SWITCHtoHEALTHY es un proyecto europeo en el que Goumeida participa en representación de CREDA, junto a Djamel Rahmani, investigador, Amèlia Sarroca, técnica de investigación, y José M. Gil, director del centro. Esta iniciativa se centra en alentar la adopción de patrones alimentarios sostenibles y saludables, al mismo tiempo que analiza el impacto en la salud, el medio ambiente y la economía.
Por su parte, el equipo de CREDA ha recogido los datos reales de las familias participantes, haciendo un seguimiento de su adherencia a la dieta mediterránea, de su comportamiento y actitudes y analizando el consumo de cada miembro. Además, también se han recogido algunas medidas antropométricas como la altura, el peso y el índice de masa corporal.
La estudiante de doctorado explica que el objetivo final del proyecto es “promover la dieta mediterránea como modelo de estilo de vida sostenible, aprovechando el papel de las familias, las escuelas y las industrias alimentarias locales” y conseguir la adhesión en España, Turquía y Marruecos, tres países mediterráneos. Por eso, se identificaron como esenciales diversos pasos más pequeños:
- Desarrollar materiales educativos, herramientas digitales y actividades.
- Educar adolescentes, formar cocineros escolares e implicar a las escuelas.
- Crear aperitivos innovadores de origen vegetal con empresas locales.
- Crear entornos de soporte y difundir campañas de concienciación junto con las personas responsables de las políticas.
- Desarrollar modelos innovadores y replicables a nivel mundial.
“Después de más de dos años de trabajo, hemos podido observar como en Cataluña, por ejemplo, hay un nombre considerable de familias que siguen la dieta mediterránea, pero los niveles de adhesión varían entre los distintos miembros de la familia”. Así, Goumeida destaca una tasa de abandono del estudio superior al 35%, hecho que ha complicado la participación continuada en las evaluaciones de intervención y seguimiento.
SWITCHtoHEALTHY aún está en curso y durante el estudio también han surgido retos a tener en cuenta antes de publicar los resultados finales. La estudiante de doctorado asegura que “algunas intervenciones no han cumplido las expectativas, como la aplicación digital y algunas opciones de merienda pensadas para niños y niñas”. Del mismo modo, la temporización de las evaluaciones ha planteado dificultades, coincidiendo con las vacaciones de diciembre, “un periodo lleno de compromisos que ha impedido una recogida de datos continua”.
El proyecto SWITCHtoHEALTHY forma parte del Programa PRIMA soportado por la Unió Europea bajo el Acuerdo de subvención número 2133.